Nuestra primera vez

Esa tarde la tuve a mi lado por más de cuatro horas. Estuvimos sentados en una sala de cine sin decirnos nada, yo giraba la cabeza para buscar una reacción suya y ella siempre seguía atenta con la cabeza inclinada y fija en la gran pantalla. Quería irme, pero cambié de opinión al contemplar su rostro, la encontraba más bella que la última vez, debió ser la luz tenue que ensombrecía aún más sus cabellos azabaches, o su nuevo lápiz labial o sus corneas extendidas; lo que haya sido, me motivaba a llevarla a casa pese a mis inseguridades.

Tomé la iniciativa y acerqué su mano a mi entrepierna, me había confiado su tacto sin decir nada ni mirarme. Pensé que el placer al contemplarla se expresaría inmediatamente en mi sexo, pero todo ello no me causaba más que ganas de abrazarla, besarla o cualquier otra acción que no pueda ser mal juzgada en público, nada del otro mundo para una pareja joven, nada que pueda corromper su belleza y la dicha de tenerla aun cerca. Entonces cerré los ojos y comencé a imaginar cosas, las luces se encendieron y arruinaron el momento. Sin embargo, ella con su mano apretó mi bulto a medio despertar, y me propuso buscarla más tarde en su apartamento. 

Ella se había mudado no lejos de mi casa, así que yo tenía tiempo suficiente para regresar, buscar los condones, avisar a mi madre que no me espere y bañarme de nuevo para relajarme, no era mi primera vez, pero creía que sí la de ella. Cerré la puerta principal de la casa y puse algo de porno en el móvil para estimularme en el camino, ella vivía sola y sería algo directo, pensé.

Llegué y la puerta estaba entreabierta, la encontré medio desnuda y ella esperaba que dé el siguiente paso. Empecé a acariciar sus cabellos, besar el perfume impregnado en su cuello y frotar sus piernas friolentas para evadir la tensión de su cuerpo. De un momento a otro ella me detuvo, me dijo que le gustaba y me lo agradeció, pero se preguntaba por qué cerraba todo el tiempo los ojos, si es que estaba consciente todos estos minutos con ella en pleno acto. Abrí los ojos y mi erección se perdió súbitamente, y me abofeteó, pensó que la engañaba con otra y en parte era cierto.

No quise dañarla y le mentí, le dije que era casto y que tenía miedo. Entonces se disculpó y me autorizó a recomenzar, cerré los ojos y pensé de nuevo en ese amigo de la universidad y en las cosas que él me contaba le hacía a su chica, en el placer que él debía sentir pues yo con las mías no llegaba a nada concreto. Lo imaginaba en erección, su miembro rígido y mucho más duro que el mío en esos momentos, me costaba aceptar que este amigo me gustaba, que pese a no tener la delicadeza que adoraba de ella, su fuerza me atrapaba antagónicamente en gestos banales como el saludarlo y sentir sus manos ásperas en un apretón de manos; me dejé llevar por estas imágenes y sensaciones y los gemidos de ella me distraían, no parecía fingir ni tampoco importarle más mis ojos, continuamos y yo iba más y más lejos con su cuerpo buscando el placer mutuo, el de ella, el mío y el de este amigo en mi ficción interna. Me pidió que abra los ojos de nuevo, ella estaba a punto de llegar al orgasmo, los abrí solo para complacerla, al fin y al cabo, ya me había corrido.

Fue la primera vez que ella tenía un orgasmo ¿acaso no me dijo que era virgen? Esa noche también confirmé que debía dejarla, sin embargo, me quedé con ella parte de la noche, pensando que entre mis brazos me tenía a mí mismo, satisfecho y traicionado. Cuando ella al fin se durmió, partí de su cuarto deseando no darle más ilusiones.

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